Con mucha alegría celebramos el domingo 30 de Octubre nuestras Fiestas Patronales en el contexto de los 40 años de nuestra Diócesis de Quilmes y con la presencia del Padre Obispo Carlos Tissera, quien precidió nuestra celebración.
Iniciamos en la plaza, frente al templo parroquial, recibiendo a los hermanos de la Capilla de Itatí que llegaron en procesión trayendo a nuestra Madre María de Itatí, en medio de cantos y con pancartas alusivas.
El resto de la comunidad parroquial los estábamos esperando cantando la canción oficial de los 40 años y con muchos globos de los que colgaban pequeños papeles con mensajes de Paz.
"Seamos Mensajeros de la Paz" fue el lema de la jornada y por eso después de una breve oración el Padre Obispo con los niños de la Capilla largaron los globos que llevaron nuestros mensajes.
Posteriormente, acompañados por los Chamameceros que venían del Barrio el Matadero, bajo el canto de Bendita sea tu Pureza y Nuestra Sra. de Itatí, cantos chamameceados, ingresamos al Templo.
Después de las lecturas un grupo de hermanos prepararon una dramatización bajo la guía de la Oración de San Francisco de Asís "Señor haz de nosotros un instrumento de tu Paz...", acompañado por unas imágenes que ilustraban esas palabras. Al finalizar todos los que actuaron salieron llevando un cartel con el lema de las Patronales.
El Padre Obispo nos convocó a ser verdaderos constructores de Paz, mensajeros que llevan a cabo las acciones de Jesús, de salir al encuentro, de llevar Amor, Unión, Justicia y Paz. Y terminó afirmando:
"El nombre de la Paz es la Justicia"
Al finalizar los niños de catequesis de la Capilla de Itatí acercaron un Rosario Misionero con una alcancía con todas las intenciones y compromisos por la Paz.
Invitamos a profundizar lo que quisimos celebrar en las Fiestas Patronales con la lectura de este documento del Concilio Vaticano II, Gaudium Spes, que fué proclamado hace 50 años y sigue teniendo una vigencia tremenda. Lo trasncribimos a continuación:
EL FOMENTO DE LA PAZ Y LA PROMOCIÓN
DE LA
COMUNIDAD DE LOS PUEBLOS
DE
Introducción
77. En estos últimos años, en los que aún
perduran entre los hombres la aflicción y las angustias nacidas de la realidad
o de la amenaza de una guerra, la universal familia humana ha llegado en su
proceso de madurez a un momento de suprema crisis. Unificada paulatinamente y
ya más consciente en todo lugar de su unidad, no puede llevar a cabo la tarea
que tiene ante sí, es decir, construir un mundo más humano para todos los
hombres en toda la extensión de la tierra, sin que todos se conviertan con
espíritu renovado a la verdad de la paz. De aquí proviene que el mensaje
evangélico, coincidente con los más profundos anhelos y deseos del género
humano, luzca en nuestros días con nuevo resplandor al proclamar
bienaventurados a los constructores de la paz, porque serán llamados hijos de
Dios (Mt 5,9).
Por esto el Concilio, al tratar de la
nobilísima y auténtica noción de la paz, después de condenar la crueldad de la
guerra, pretende hacer un ardiente llamamiento a los cristianos para que con el
auxilio de Cristo, autor de la paz, cooperen con todos los hombres a cimentar
la paz en la justicia y el amor y a aportar los medios de la paz.
Naturaleza de la paz
78. La paz no es la mera ausencia de la
guerra, ni se reduce al solo equilibrio de las fuerzas adversarias, ni surge de
una hegemonía despótica, sino que con toda exactitud y propiedad se llama obra
de la justicia (Is 32, 7).
Es el fruto del orden plantado en la sociedad humana por su divino Fundador, y
que los hombres, sedientos siempre de una más perfecta justicia, han de llevar
a cabo. El bien común del género humano se rige primariamente por la ley
eterna, pero en sus exigencias concretas, durante el transcurso del tiempo,
está cometido a continuos cambios; por eso la paz jamás es una cosa del todo
hecha, sino un perpetuo quehacer. Dada la fragilidad de la voluntad humana,
herida por el pecado, el cuidado por la paz reclama de cada uno constante
dominio de sí mismo y vigilancia por parte de la autoridad legítima.
Esto, sin embargo, no basta. Esta paz en la
tierra no se puede lograr si no se asegura el bien de las personas y la
comunicación espontánea entre los hombres de sus riquezas de orden intelectual
y espiritual. Es absolutamente necesario el firme propósito de respetar a los
demás hombres y pueblos, así como su dignidad, y el apasionado ejercicio de la
fraternidad en orden a construir la paz. Así, la paz es también fruto del amor,
el cual sobrepasa todo lo que la justicia puede realizar.
La paz sobre la tierra, nacida del amor al
prójimo, es imagen y efecto de la paz de Cristo, que procede de Dios Padre. En
efecto, el propio Hijo encarnado, Príncipe de la paz, ha reconciliado con Dios
a todos los hombres por medio de su cruz, y, reconstituyendo en un solo pueblo
y en un solo cuerpo la unidad del género humano, ha dado muerte al odio en su
propia carne y, después del triunfo de su resurrección, ha infundido el
Espíritu de amor en el corazón de los hombres.
Por lo cual, se llama insistentemente la
atención de todos los cristianos para que, viviendo con sinceridad en la
caridad (Eph 4,15), se
unan con los hombres realmente pacíficos para implorar y establecer la paz.
Movidos por el mismo Espíritu, no podemos
dejar de alabar a aquellos que, renunciando a la violencia en la exigencia de
sus derechos, recurren a los medios de defensa, que, por otra parte, están al
alcance incluso de los más débiles, con tal que esto sea posible sin lesión de
los derechos y obligaciones de otros o de la sociedad.
En la medida en que el hombre es pecador,
amenaza y amenazará el peligro de guerra hasta el retorno de Cristo; pero en la
medida en que los hombres, unidos por la caridad, triunfen del pecado, pueden
también reportar la victoria sobre la violencia hasta la realización de aquella
palabra: De sus espadas forjarán arados, y de sus lanzas hoces. Las naciones no
levantarán ya más la espada una contra otra y jamás se llevará a cabo la guerra
(Is 2,4).
Prohibición absoluta de la
guerra.
La acción internacional para evitar la guerra
La acción internacional para evitar la guerra
82. Bien claro queda, por tanto, que debemos
procurar con todas nuestras fuerzas preparar una época en que, por acuerdo de
las naciones, pueda ser absolutamente prohibida cualquier guerra. Esto requiere
el establecimiento de una autoridad pública universal reconocida por todos, con
poder eficaz para garantizar la seguridad, el cumplimiento de la justicia y el
respeto de los derechos. Pero antes de que se pueda establecer tan deseada
autoridad es necesario que las actuales asociaciones internacionales supremas
se dediquen de lleno a estudiar los medios más aptos para la seguridad común.
La paz ha de nacer de la mutua confianza de los pueblos y no debe ser impuesta
a las naciones por el terror de las armas; por ello, todos han de trabajar para
que la carrera de armamentos cese finalmente, para que comience ya en realidad
la reducción de armamentos, no unilateral, sino simultánea, de mutuo acuerdo,
con auténticas y eficaces garantías.
No hay que despreciar, entretanto, los intentos
ya realizados y que aún se llevan a cabo para alejar el peligro de la guerra.
Más bien hay que ayudar la buena voluntad de muchísimos que, aun agobiados por
las enormes preocupaciones de sus altos cargos, movidos por el gravísimo deber
que les acucia, se esfuerzan, por eliminar la guerra, que aborrecen, aunque no
pueden prescindir de la complejidad inevitable de las cosas. Hay que pedir con
insistencia a Dios que les dé fuerzas para perseverar en su intento y llevar a
cabo con fortaleza esta tarea de sumo amor a los hombres, con la que se
construye virilmente la paz. Lo cual hoy exige de ellos con toda certeza que
amplíen su mente más allá de las fronteras de la propia nación, renuncien al
egoísmo nacional ya a la ambición de dominar a otras naciones, alimenten un
profundo respeto por toda la humanidad, que corre ya, aunque tan
laboriosamente, hacia su mayor unidad.
Acerca de los problemas de la paz y del
desarme, los sondeos y conversaciones diligente e ininterrumpidamente
celebrados y los congresos internacionales que han tratado de este asunto deben
ser considerados como los primeros pasos para solventar temas tan espinosos y
serios, y hay que promoverlos con mayor urgencia en el futuro para obtener
resultados prácticos. Sin embargo, hay que evitar el confiarse sólo en los
conatos de unos pocos, sin preocuparse de la reforma en la propia mentalidad.
Pues los que gobiernan a los pueblos, que son garantes del bien común de la
propia nación y al mismo tiempo promotores del bien de todo el mundo, dependen
enormemente de las opiniones y de los sentimientos de las multitudes. Nada les
aprovecha trabajar en la construcción de la paz mientras los sentimientos de
hostilidad, de menos precio y de desconfianza, los odios raciales y las
ideologías obstinadas, dividen a los hombres y los enfrentan entre sí. Es de
suma urgencia proceder a una renovación en la educación de la mentalidad y a
una nueva orientación en la opinión pública. Los que se entregan a la tarea de
la educación, principalmente de la juventud, o forman la opinión pública,
tengan como gravísima obligación la preocupación de formar las mentes de todos
en nuevos sentimientos pacíficos. Tenemos todos que cambiar nuestros corazones,
con los ojos puestos en el orbe entero y en aquellos trabajos que toso juntos
podemos llevar a cabo para que nuestra generación mejore.
Que no nos engañe una falsa esperanza. Pues,
si no se establecen en el futuro tratados firmes y honestos sobre la paz
universal una vez depuestos los odios y las enemistades, la humanidad, que ya
está en grave peligro, aun a pesar de su ciencia admirable, quizá sea
arrastrada funestamente a aquella hora en la que no habrá otra paz que la paz
horrenda de la muerte. Pero, mientras dice todo esto, la Iglesia de Cristo,
colocada en medio de la ansiedad de hoy, no cesa de esperar firmemente. A
nuestra época, una y otra vez, oportuna e importunamente, quiere proponer el
mensaje apostólico: Este es el
tiempo aceptable para que
cambien los corazones, éste es
el día de la salvación.
Causas y remedios de las
discordias
83. Para edificar la paz se requiere ante
todo que se desarraiguen las causas de discordia entre los hombres, que son las
que alimentan las guerras. Entre esas causas deben desaparecer principalmente
las injusticias. No pocas de éstas provienen de las excesivas desigualdades
económicas y de la lentitud en la aplicación de las soluciones necesarias.
Otras nacen del deseo de dominio y del desprecio por las personas, y, si
ahondamos en los motivos más profundos, brotan de la envidia, de la desconfianza,
de la soberbia y demás pasiones egoístas. Como el hombre no puede soportar
tantas deficiencias en el orden, éstas hacen que, aun sin haber guerras, el
mundo esté plagado sin cesar de luchas y violencias entre los hombres. Como,
además, existen los mismos males en las relaciones internacionales, es
totalmente necesario que, para vencer y prevenir semejantes males y para
reprimir las violencias desenfrenadas, las instituciones internacionales
cooperen y se coordinen mejor y más firmemente y se estimule sin descanso la
creación de organismos que promuevan la paz.
Misión de los cristianos en la
cooperación internacional
88. Cooperen gustosamente y de corazón los
cristianos en la edificación del orden internacional con la observancia
auténtica de las legítimas libertades y la amistosa fraternidad con todos,
tanto más cuanto que la mayor parte de la humanidad sufre todavía tan grandes
necesidades, que con razón puede decirse que es el propio Cristo quien en los
pobres levanta su voz para despertar la caridad de sus discípulos. Que no sirva
de escándalo a la humanidad el que algunos países, generalmente los que tienen
una población cristiana sensiblemente mayoritaria, disfrutan de la opulencia,
mientras otros se ven privados de lo necesario para la vida y viven
atormentados por el hambre, las enfermedades y toda clase de miserias. El
espíritu de pobreza y de caridad son gloria y testimonio de la Iglesia de Cristo.
Merecen, pues, alabanza y ayuda aquellos
cristianos, en especial jóvenes, que se ofrecen voluntariamente para auxiliar a
los demás hombres y pueblos. Más aún, es deber del Pueblo de Dios, y los
primeros los Obispos, con su palabra y ejemplo, el socorrer, en la medida de
sus fuerzas, las miserias de nuestro tiempo y hacerlo, como era ante costumbre
en la Iglesia ,
no sólo con los bienes superfluos, sino también con los necesarios.
El modo concreto de las colectas y de los
repartos, sin que tenga que ser regulado de manera rígida y uniforme, ha de
establecerse, sin embargo, de modo conveniente en los niveles diocesano,
nacional y mundial, unida, siempre que parezca oportuno, la acción de los
católicos con la de los demás hermanos cristianos. Porque el espíritu de
caridad en modo alguno prohíbe el ejercicio fecundo y organizado de la acción
social caritativa, sino que lo impone obligatoriamente. Por eso es necesario
que quienes quieren consagrarse al servicio de los pueblos en vías de
desarrollo se formen en instituciones adecuadas.
Presencia eficaz de la Iglesia en la comunidad
internacional
89. La Iglesia , cuando predica, basada en su misión
divina, el Evangelio a todos los hombres y ofrece los tesoros de la gracia,
contribuye a la consolidación de la paz en todas partes y al establecimiento de
la base firme de la convivencia fraterna entre los hombres y los pueblos, esto
es, el conocimiento de la ley divina y natural. Es éste el motivo de la
absolutamente necesaria presencia de la Iglesia en la comunidad de los pueblos para
fomentar e incrementar la cooperación de todos, y ello tanto por sus
instituciones públicas como por la plena y sincera colaboración de los
cristianos, inspirada pura y exclusivamente por el deseo de servir a todos.
Este objetivo podrá alcanzarse con mayor
eficacia si los fieles, conscientes de su responsabilidad humana y cristiana,
se esfuerzan por despertar en su ámbito personal de vida la pronta voluntad de
cooperar con la comunidad internacional. En esta materia préstese especial
cuidado a la formación de la juventud tanto en la educación religiosa como en
la civil.
Participación del cristiano en
las instituciones internacionales
90. Forma excelente de la actividad
internacional de los cristianos es, sin duda, la colaboración que individual o
colectivamente prestan en las instituciones fundadas o por fundar para fomentar
la cooperación entre las naciones. A la creación pacífica y fraterna de la
comunidad de los pueblos pueden servir también de múltiples maneras las varias
asociaciones católicas internacionales, que hay que consolidar aumentando el
número de sus miembros bien formados, los medios que necesitan y la adecuada
coordinación de energías. La eficacia en la acción y la necesidad del diálogo
piden en nuestra época iniciativas de equipo. Estas asociaciones contribuyen
además no poco al desarrollo del sentido universal, sin duda muy apropiado para
el católico, y a la formación de una conciencia de la genuina solidaridad y
responsabilidad universales.
Es de desear, finalmente, que los católicos,
para ejercer como es debido su función en la comunidad internacional, procuren
cooperar activa y positivamente con los hermanos separados que juntamente con
ellos practican la caridad evangélica, y también con todos los hombres que
tienen sed de auténtica paz.
El Concilio, considerando las
inmensas calamidades que oprimen todavía a la mayoría de la humanidad, para
fomentar en todas partes la obra de la justicia y el amor de Cristo a los
pobres juzga muy oportuno que se cree un organismo universal de
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
¡Gracias por dejar su comentario!
En el transcurso de la semana le responderemos. Dios y María Santísima le concedan paz y esté bien.