HOMILIA EN LA ASAMBLEA DIOCESANA DE LAICOS
Florencio Varela (Colegio Santa Lucía). 20 de junio de 2012
Hermanas y hermanos:
Es la primera vez que participo como Obispo de ustedes en la Asamblea
Diocesana de Laicos. Lo hago con profunda alegría. Quiero agradecer a los
organizadores de la Asamblea todo su cariño y trabajo puesto al servicio de
todos y del Señor. Sea Él que bien les recompense.
Estamos viviendo un verdadero
encuentro como Pueblo de Dios con Jesucristo, coronándolo ahora con la
celebración de la Eucaristía.
Es la Eucaristía uno de los modos como podemos encontrar a Jesús en
nuestro camino creyente, como sus discípulos misioneros. Así se los comenté a
todos en mi carta de Cuaresma de este año, cuando les decía que el encuentro
con el Señor Jesús se realiza:
-
En la fe recibida y vivida en la
Iglesia, gracias
al Espíritu Santo. (DA 246).
-
Encontramos
a Jesús en la Sagrada Escritura,
leída en la Iglesia. Hemos de fundamentar nuestro compromiso misionero y toda
nuestra vida en la roca de la Palabra de Dios (DA 247).
-
Encontramos
a Jesús en la Sagrada Liturgia. La
Eucaristía, fuente inagotable de la vocación cristiana es, al mismo tiempo,
fuente inextinguible del impulso misionero (DA 251)
-
En el Sacramento de la
reconciliación. El
encuentro con Jesucristo, quien se compadece de nosotros y nos da el don de su
perdón misericordioso, nos hace sentir que el amor es más fuerte que el pecado
cometido, nos libera de cuanto nos impide permanecer en su amor, y nos devuelve
la alegría y el entusiasmo de anunciarlo a los demás con corazón abierto y
generoso (DA 254)
-
En la oración personal y
comunitaria. (DA 255).
-
Encontramos
a Jesús en medio de una comunidad viva
en la fe y en el amor fraterno. Está en los que dan testimonio de lucha por
la justicia, por la paz y por el bien común, algunas veces llegando a entregar
la propia vida… que nos invitan a buscar un mundo más justo y más fraterno, en
toda realidad humana, cuyos límites a veces nos duelen y agobian (DA 256)
-
También
encontramos a Jesús de un modo especial en los pobres, afligidos y enfermos
(cf. Mt. 25, 37-40), El encuentro con Jesucristo en los pobres es una dimensión
constitutiva de nuestra fe en Jesucristo (DA 257)
-
También
encontramos a Jesús en esa piedad que
muchos de nosotros hemos aprendido en el ejemplo de nuestros padres y abuelos.
(DA 258 - 265)
En la liturgia de esta tarde, contemplamos a Jesús en el Sermón de la
montaña, predicando a aquellos primeros discípulos misioneros. El texto leído
de san Mateo, nos habla de la práctica religiosa, concentrada en tres acciones:
la limosna, la oración y el ayuno. Jesús invita a sus seguidores, a nosotros, a
llevarla a cabo de una forma totalmente discreta: ¡que nadie se entere! La
verdadera religión nada tiene que ver con el exhibicionismo, que es siempre, en
última instancia, una forma de hipocresía. El Señor nos habla de discreción, el
secreto: “Tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará”. Nos enseña a ser
profundamente religiosos sin exhibición. A esas personas el Padre les dará su
recompensa. Es lo que agrada a Dios.
El texto bíblico citado en la convocatoria a esta Asamblea ha sido
tomado de la carta de san Pablo a los Romanos que escuchamos recién. Es el
camino de la verdadera salvación. El anuncio fundamental de la predicación y de
la profesión de fe cristianas: “Si
confiesas con la boca que Jesús es el Señor, si crees de corazón que Dios lo
resucitó de la muerte, te salvarás” (Rm. 10, 9). Esto en alusión y
contraposición a lo que decía el profeta: “Este
pueblo se me acerca con la boca y me glorifica con los labios, mientras su
corazón está lejos de mí, y su culto es precepto humano y rutina” (Is. 29,
13). Pablo hace esta invitación a todos los pueblos, sin distinción, citando al
profeta Joel: “todo el que invoque el
nombre del Señor se salvará” (Jl. 3, 5). Si seguimos leyendo los versículos
siguientes (Rm. 10, 14ss), Pablo dice que para esto se necesitan misioneros y
anunciadores de la Palabra de Dios, que pongan en marcha el dinamismo del
Evangelio, en un bellísimo resumen: “Pero
¿cómo lo invocarán si no han creído en él? ¿ cómo creerán si no han oído hablar
de él? ¿ cómo oirán si nadie les anuncia? ¿ cómo anunciarán si no los envían? Y Pablo concluye citando a profeta Isaías
(cfr. Is. 52, 7): “¡Qué hermosos son los
pasos de los mensajeros de buenas noticias!”
¿Qué cosa nos enseña Jesús, en esta Asamblea de Laicos?
Nos enseña que, como Pueblo de Dios, somos sus discípulos misioneros.
Todos somos Pueblo de Dios, que por el Bautismo participamos de las funciones
de Cristo: sacerdote, profeta y rey. Los fieles laicos, en particular, realizan
la misión de todo el pueblo cristiano en la Iglesia y en el mundo. Los fieles
laicos son “los hombres y mujeres de la Iglesia en el corazón del mundo, y los
hombres y mujeres en el corazón de la
Iglesia” (DA 209). La misión de ustedes se realiza en el mundo, de tal modo
que, con su testimonio y actividad, contribuyen a la transformación de las
realidades y la creación de estructuras justas según los criterios del
evangelio (DA 210)
Hoy, toda la Iglesia quiere ponerse en estado de misión. Juan Pablo II
decía que la evangelización del Continente no puede realizarse sin la
colaboración de los fieles laicos (EAm. 44).
El lema de esta Asamblea Diocesana de Laicos 2012 es: “Defensores de
la vida, testigos de la fe”. El proyecto de Jesús es instaurar el Reino de su
Padre. Por eso, pide a sus discípulos: “¡Proclamen
que está llegando el Reino de los cielos!” (Mt. 10, 7). Se trata del reino
de la vida. El nos ofrece la vida plena. Por eso, la doctrina, las normas, las
orientaciones éticas, debe dejar transparentar esta atractiva oferta de una
vida más digna, en Cristo, para cada hombre y mujer de nuestro suelo (DA 361).
Necesitamos desarrollar la dimensión misionera de la vida en Cristo. La Iglesia
necesita una fuerte conmoción que le impida instalarse en la comodidad, el
estancamiento y en la tibieza, al margen del sufrimiento de los pobres del
Continente. Necesitamos que cada comunidad cristiana se convierta en un
poderoso centro de irradiación de la vida en Cristo. Esperamos un Pentecostés
que los libre de la fatiga, de la desilusión, la acomodación al ambiente; una
venida del Espíritu que renueve nuestra alegría y nuestra esperanza. Por eso se
vuelve imperioso asegurar cálidos espacios de oración comunitaria que alimenten
el fuego de un ardor incontenible y hagan posible un atractivo testimonial de
unidad “para que el mundo crea” (Jn. 17, 21) (DA. 362)
Nuestro Papa Benedicto XVI, ha convocado a toda la Iglesia a celebrar
un ANO DE LA FE, con motivo de conmemorarse el 50° Aniversario de la apertura
del Concilio Vaticano II, y los 20 años de la promulgación del Catecismo de la
Iglesia Católica.
Nuestra fe debe renovarse constantemente. El Concilio fue convocado
para generar un aggiornamento de la
Iglesia en su misión de anunciar a Jesucristo, luz de la gentes (Lumen Gentium). A cincuenta años del Concilio, y
a cinco años de la V Conferencia del Episcopado de Latinoamérica y del Caribe
realizada en Aparecida (Brasil), la Iglesia requiere testigos de la fe. Lo dice el lema de nuestra
Asamblea Diocesana de Laicos: “Defensores de la vida, testigos de la fe”. Admirablemente lo decía Pablo VI, en la
Evangelii Nuntiandi: “Para la Iglesia el
primer medio de evangelización consiste en el testimonio de vida auténticamente
cristiana, entregada a Dios en una comunión que nada debe interrumpir y a la
vez consagrada igualmente al prójimo con un celo sin límites. ‘El hombre
contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que
enseñan… o si escuchan a los que enseñan es porque dan testimonio´… Será sobre todo mediante su conducta,
mediante su vida, como la Iglesia evangelizará al mundo, es decir, mediante el
testimonio vivido de fidelidad a Jesucristo, de pobreza y despego de los bienes
materiales, de libertad frente a los poderes del mundo, en una palabra: de
santidad” (EN 41)
Este anuncio que todos debemos brindar a nuestra sociedad será fecundo
si lo hacemos con un estilo adecuado, con las actitudes de nuestro único
Maestro. En esta Iglesia de Quilmes, en continuidad con su rica historia, todos
juntos tenemos que dar un testimonio de proximidad, testimonio que se refleje
en actitudes y gestos bien concretos de cercanía afectuosa, escucha, humildad,
solidaridad, compasión, diálogo, reconciliación, compromiso con la justicia
social y capacidad de compartir, como lo hizo Jesús. Él sigue convocando, sigue
invitando, sigue ofreciendo incesantemente una vida digna y plena para todos.
Nosotros somos ahora, sus discípulos misioneros, como lo han sido tantas
hermanas y hermanos que nos precedieron con su ejemplo y vida cristiana, entre
ellos también las religiosas, religiosos, sacerdotes y obispos. Ahora somos
nosotros sus discípulas y discípulos misioneros, llamados a navegar mar adentro
para una pesca abundante. Se trata de salir de nuestra conciencia aislada y de
lanzarnos, con valentía y confianza, a la misión de toda la Iglesia. (DA 363)
Pongamos la mirada en la Inmaculada Concepción,
patrona de nuestra Diócesis de Quilmes. Ella nos invita a hacer lo que Jesús
nos diga, para que Él pueda derramar su vida sobre todos nosotros, sobre todo
su Pueblo. Que ella nos ayude a escuchar en lo hondo del corazón las palabras
de su hijo: “Vayan y hagan discípulos a
todos los pueblos” (Mt. 28, 19)
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