jueves, 21 de junio de 2012

HOMILIA EN LA ASAMBLEA DIOCESANA DE LAICOS


HOMILIA EN LA ASAMBLEA DIOCESANA DE LAICOS
Florencio Varela (Colegio Santa Lucía).  20 de junio de 2012

Hermanas y hermanos:

Es la primera vez que participo como Obispo de ustedes en la Asamblea Diocesana de Laicos. Lo hago con profunda alegría. Quiero agradecer a los organizadores de la Asamblea todo su cariño y trabajo puesto al servicio de todos y del Señor. Sea Él que bien les recompense.

Estamos viviendo  un verdadero encuentro como Pueblo de Dios con Jesucristo, coronándolo ahora con la celebración de la Eucaristía.

Es la Eucaristía uno de los modos como podemos encontrar a Jesús en nuestro camino creyente, como sus discípulos misioneros. Así se los comenté a todos en mi carta de Cuaresma de este año, cuando les decía que el encuentro con el Señor Jesús se realiza:

-          En la fe recibida y vivida en la Iglesia, gracias al Espíritu Santo. (DA 246).
-          Encontramos a Jesús en la Sagrada Escritura, leída en la Iglesia. Hemos de fundamentar nuestro compromiso misionero y toda nuestra vida en la roca de la Palabra de Dios (DA 247).

-          Encontramos a Jesús en la Sagrada Liturgia. La Eucaristía, fuente inagotable de la vocación cristiana es, al mismo tiempo, fuente inextinguible del impulso misionero (DA 251)
-          En el Sacramento de la reconciliación. El encuentro con Jesucristo, quien se compadece de nosotros y nos da el don de su perdón misericordioso, nos hace sentir que el amor es más fuerte que el pecado cometido, nos libera de cuanto nos impide permanecer en su amor, y nos devuelve la alegría y el entusiasmo de anunciarlo a los demás con corazón abierto y generoso (DA 254)
-          En la oración personal y comunitaria. (DA 255).
-          Encontramos a Jesús en medio de una comunidad viva en la fe y en el amor fraterno. Está en los que dan testimonio de lucha por la justicia, por la paz y por el bien común, algunas veces llegando a entregar la propia vida… que nos invitan a buscar un mundo más justo y más fraterno, en toda realidad humana, cuyos límites a veces nos duelen y agobian (DA 256)
-          También encontramos a  Jesús de un modo especial en los pobres, afligidos y enfermos (cf. Mt. 25, 37-40), El encuentro con Jesucristo en los pobres es una dimensión constitutiva de nuestra fe en Jesucristo (DA 257)
-          También encontramos a Jesús en esa piedad que muchos de nosotros hemos aprendido en el ejemplo de nuestros padres y abuelos. (DA 258 - 265)

En la liturgia de esta tarde, contemplamos a Jesús en el Sermón de la montaña, predicando a aquellos primeros discípulos misioneros. El texto leído de san Mateo, nos habla de la práctica religiosa, concentrada en tres acciones: la limosna, la oración y el ayuno. Jesús invita a sus seguidores, a nosotros, a llevarla a cabo de una forma totalmente discreta: ¡que nadie se entere! La verdadera religión nada tiene que ver con el exhibicionismo, que es siempre, en última instancia, una forma de hipocresía. El Señor nos habla de discreción, el secreto: “Tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará”. Nos enseña a ser profundamente religiosos sin exhibición. A esas personas el Padre les dará su recompensa. Es lo que agrada a Dios.
El texto bíblico citado en la convocatoria a esta Asamblea ha sido tomado de la carta de san Pablo a los Romanos que escuchamos recién. Es el camino de la verdadera salvación. El anuncio fundamental de la predicación y de la profesión de fe cristianas: “Si confiesas con la boca que Jesús es el Señor, si crees de corazón que Dios lo resucitó de la muerte, te salvarás” (Rm. 10, 9). Esto en alusión y contraposición a lo que decía el profeta: “Este pueblo se me acerca con la boca y me glorifica con los labios, mientras su corazón está lejos de mí, y su culto es precepto humano y rutina” (Is. 29, 13). Pablo hace esta invitación a todos los pueblos, sin distinción, citando al profeta Joel: “todo el que invoque el nombre del Señor se salvará” (Jl. 3, 5). Si seguimos leyendo los versículos siguientes (Rm. 10, 14ss), Pablo dice que para esto se necesitan misioneros y anunciadores de la Palabra de Dios, que pongan en marcha el dinamismo del Evangelio, en un bellísimo resumen: “Pero ¿cómo lo invocarán si no han creído en él? ¿ cómo creerán si no han oído hablar de él? ¿ cómo oirán si nadie les anuncia? ¿ cómo anunciarán si no los envían?  Y Pablo concluye citando a profeta Isaías (cfr. Is. 52, 7): “¡Qué hermosos son los pasos de los mensajeros de buenas noticias!”
¿Qué cosa nos enseña Jesús, en esta Asamblea de Laicos?
Nos enseña que, como Pueblo de Dios, somos sus discípulos misioneros. Todos somos Pueblo de Dios, que por el Bautismo participamos de las funciones de Cristo: sacerdote, profeta y rey. Los fieles laicos, en particular, realizan la misión de todo el pueblo cristiano en la Iglesia y en el mundo. Los fieles laicos son “los hombres y mujeres de la Iglesia en el corazón del mundo, y los hombres y  mujeres en el corazón de la Iglesia” (DA 209). La misión de ustedes se realiza en el mundo, de tal modo que, con su testimonio y actividad, contribuyen a la transformación de las realidades y la creación de estructuras justas según los criterios del evangelio (DA 210)
Hoy, toda la Iglesia quiere ponerse en estado de misión. Juan Pablo II decía que la evangelización del Continente no puede realizarse sin la colaboración de los fieles laicos (EAm. 44).
El lema de esta Asamblea Diocesana de Laicos 2012 es: “Defensores de la vida, testigos de la fe”. El proyecto de Jesús es instaurar el Reino de su Padre. Por eso, pide a sus discípulos: “¡Proclamen que está llegando el Reino de los cielos!” (Mt. 10, 7). Se trata del reino de la vida. El nos ofrece la vida plena. Por eso, la doctrina, las normas, las orientaciones éticas, debe dejar transparentar esta atractiva oferta de una vida más digna, en Cristo, para cada hombre y mujer de nuestro suelo (DA 361). Necesitamos desarrollar la dimensión misionera de la vida en Cristo. La Iglesia necesita una fuerte conmoción que le impida instalarse en la comodidad, el estancamiento y en la tibieza, al margen del sufrimiento de los pobres del Continente. Necesitamos que cada comunidad cristiana se convierta en un poderoso centro de irradiación de la vida en Cristo. Esperamos un Pentecostés que los libre de la fatiga, de la desilusión, la acomodación al ambiente; una venida del Espíritu que renueve nuestra alegría y nuestra esperanza. Por eso se vuelve imperioso asegurar cálidos espacios de oración comunitaria que alimenten el fuego de un ardor incontenible y hagan posible un atractivo testimonial de unidad “para que el mundo crea” (Jn. 17, 21) (DA. 362)
Nuestro Papa Benedicto XVI, ha convocado a toda la Iglesia a celebrar un ANO DE LA FE, con motivo de conmemorarse el 50° Aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, y los 20 años de la promulgación del Catecismo de la Iglesia Católica.
Nuestra fe debe renovarse constantemente. El Concilio fue convocado para generar un aggiornamento de la Iglesia en su misión de anunciar a Jesucristo, luz de la gentes (Lumen Gentium). A cincuenta años del Concilio, y a cinco años de la V Conferencia del Episcopado de Latinoamérica y del Caribe realizada en Aparecida (Brasil), la Iglesia requiere  testigos de la fe. Lo dice el lema de nuestra Asamblea Diocesana de Laicos: “Defensores de la vida, testigos de la fe”.  Admirablemente lo decía Pablo VI, en la Evangelii Nuntiandi: “Para la Iglesia el primer medio de evangelización consiste en el testimonio de vida auténticamente cristiana, entregada a Dios en una comunión que nada debe interrumpir y a la vez consagrada igualmente al prójimo con un celo sin límites. ‘El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan… o si escuchan a los que enseñan es porque dan testimonio´… Será sobre todo mediante su conducta, mediante su vida, como la Iglesia evangelizará al mundo, es decir, mediante el testimonio vivido de fidelidad a Jesucristo, de pobreza y despego de los bienes materiales, de libertad frente a los poderes del mundo, en una palabra: de santidad” (EN 41)
Este anuncio que todos debemos brindar a nuestra sociedad será fecundo si lo hacemos con un estilo adecuado, con las actitudes de nuestro único Maestro. En esta Iglesia de Quilmes, en continuidad con su rica historia, todos juntos tenemos que dar un testimonio de proximidad, testimonio que se refleje en actitudes y gestos bien concretos de cercanía afectuosa, escucha, humildad, solidaridad, compasión, diálogo, reconciliación, compromiso con la justicia social y capacidad de compartir, como lo hizo Jesús. Él sigue convocando, sigue invitando, sigue ofreciendo incesantemente una vida digna y plena para todos. Nosotros somos ahora, sus discípulos misioneros, como lo han sido tantas hermanas y hermanos que nos precedieron con su ejemplo y vida cristiana, entre ellos también las religiosas, religiosos, sacerdotes y obispos. Ahora somos nosotros sus discípulas y discípulos misioneros, llamados a navegar mar adentro para una pesca abundante. Se trata de salir de nuestra conciencia aislada y de lanzarnos, con valentía y confianza, a la misión de toda la Iglesia. (DA 363)
Pongamos la mirada en la Inmaculada Concepción, patrona de nuestra Diócesis de Quilmes. Ella nos invita a hacer lo que Jesús nos diga, para que Él pueda derramar su vida sobre todos nosotros, sobre todo su Pueblo. Que ella nos ayude a escuchar en lo hondo del corazón las palabras de su hijo: “Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos” (Mt. 28, 19)

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